Simplemente diálogos, que van tomando forma (de alguna forma) y terminan donde tienen que llegar. Diálogos con vida propia, que a veces corren, a veces se detienen a pensar, y a veces disparan balas y verdades. Radiografía de un mundo igual, pero visto de distinta manera.

lunes, 16 de julio de 2012

diálogo corto entre vectores, como los de antes (para algun que otro nostálgico)




X: hola
Y: hola
X: por qué me mirás tan fijo?
Y: yo? Vos me estás viendo fijo … y me asusta.
X: me estás jodiendo? Vos me estás mirando que da miedo…
Y: hasta que no me veas más así no te veo!
X: igual yo! ………… Ya no te veo, vos me ves?
Y: creo que tampoco….
X: cómo creo?
Y: Y si… si no me ves, no se puede corroborar, o?
X: Aí te caché! Me estabas viendo!
Y: Mentiroso! Vos me estabas viendo a mi! Hasta recién no te veía!
X: …. Me estás tomando para la chacota… igual… todo bien. La verdad que con el frio que hace….
Y: si.. es medio una boludez discutir por verse o no verse, no?
X: no me había fijado… pero tenemos la misma bufanda.
Y: si…será porque… tenemos buen gusto?
X: jajajaj, probablemente. Che… hace mucho frío de ese lado del espejo?
Y: menos que ahí afuera seguro…
X: me voy a prender la estufa.
Y: buenísimo! Me reflejas un fuego?

?fin o principio

jueves, 10 de mayo de 2012

diálogo sobre parejas, tecnologías, celos y lunas




Entra en el PH. Hace frío afuera, pero le sudan las manos. Deja el bolso sobre el sofá  rojo, saca el celular de su bolsillo, lo pone en vibrador y llama en voz alta:

-Amor, ¿estás?-.

Ella aparece por el pasillo con pasos insonoros de gato. Las medias la hacen resbalar en aquella pista de madera. En las manos trae una botella; en la cara, una sonrisa.

-¿Cómo te fue?-.

–Bien, pero estoy cansado. El día no se me terminaba más. Muchos pedidos. Por suerte ya está. Terminó. ¿A vos? ¿El laburo?-.

Mientras sirve la cerveza en los vasos que yacen en la mesa ratona, Martina le contesta suave pero determinante: No hablemos de laburo.

Le alcanza uno de los vasos, lo mira a los ojos y le acerca su bebida a la de él para brindar:

-¡Chin Chin! Porque el día casi termina, pero nuestra noche recién empieza.-

Él la mira por un instante a los ojos, luego oculta su mirada en la pared, teñida de por la malta intermedia.

-Estás raro, ¿pasa algo?-

-Nada, ¿por?-

-Estás muy callado.-

Martina no le da mucha importancia al silencio. Se acerca a la ventana y sube la persiana, dejando entrar de lleno la noche en la habitación.

-Cuánto silencio…-, comentó.

El tren pasa de repente, trayendo consigo un sonido chillón que rebalsa la habitación.

-        - Voy al baño, ya vengo-.

-         -¿Enserio… estás bien? ¿Te pasó algo en el laburo?-

-         -Estoy bien estoy bien…, solo que me meo…-

El novio se levanta de su asiento y quiere cruzar el pasillo, pero ella lo intercepta en el camino.

-       -  No me diste ni un beso…-

Ella lo besa. Pero los labios de Cris (como le decía con cariño), no responden al fraternal llamado. Están apagados. Martina le agarra las manos con las suyas.

-        - Te sudan las manos… ¡y con este frio!-. Le pasa la palma por la frente. -  Pero fiebre no tenés…-

-       -  Tengo ganas de mear, báncame que ya vengo.-

Cuando llega a desligarse de la mujer, el celular comienza a vibrar en su bolsillo, y a emitir una tenue luz que el jean deja traslucir a penas. Martina ve el detalle, pero lo deja seguir.
Sentada en el sofá, no escucha ningún ruido de meada. En su cabeza, comienza a elucubrar posibilidades, a pensar.
El vuelve sin cara de satisfecho. Se sienta en el otro extremo del asiento (al lado de la ventana) y toma entera de un trago la cerveza.

-         -No tenés palabras, pero tenés terrible sed.-

-         -Fue un día largo.-

-        - Eso ya me lo dijiste. Contame algo que no sepa.-

-        - No tengo mucho más para contar. –

-         -¿Querés que vayamos al cine hoy? ¿O estás muy cansado? Están pasando la nueva de Woody Allen que te conté ayer. Acá al toque, en el Arteplex. Si no tenés ganas nos podemos quedar en casa… vemos una peli de las que tenemos o nos dormimos temprano…-

-         -Hoy quedé en verme con los chicos…-

-         -¿Con quiénes?-

-         -Los del laburo.-

-         -Nunca salís con ellos.-

-        - Por eso… porque nunca salgo con ellos…-

-        - Nunca salís con ellos porque decís que son unos pelotudos.-

-        - Ya quedé. A las once me voy. Ahora en un ratito.-

Martina termina su cerveza en silencio y mira por la ventana. Ve la media luna que se yergue en el cielo negro azulado y piensa que no debe estar tan lejos como le hicieron creer toda la vida. Su novio mira fijo al suelo.

-         -Te sonó el celular cuando ibas al baño.-

-         -¿Sí? … Ah… sí, sí. Eran los chicos para confirmar lo de hoy. Ya les conteste.-

-       -  ¿Y a dónde van?-

-         -A una pizzería por el centro. Es más, seguramente me vuelva a dormir a lo de mis viejos, que queda al toque.-

-         -¿Por qué tenés el celular en vibrador?

-         -Porque vengo de una reunión, y lo puse así para que nadie me joda. Me pasás la cerveza?-

Martina le hace un gesto para que le pasara el vaso directamente y le sirve hasta el borde. Después, hace lo mismo con el suyo. Dejó la botella vacía en el piso.

-No sé cómo catalogarte hoy: Si distante, pelotudo, mentiroso, con miedo… de lo que estoy segura, es que algo te pasa.-

- No me pasa nada.-

-No terminé. Y más razones me dan para creer eso: tus silencios, tus respuestas cortadas, tus repentinos encuentros con gente que no te cabe ni un poco y tu celular en vibrador. Ahora sí, decime lo que quieras.-

Él toma un trago y mira hacia el techo. Esta ordenando las palabras para responder a la observación de su novia cuando el celular le vibra otra vez en su pantalón.

-         -¿Podés poner el celular con sonido? Me saca esto. ¿Quién te llama un jueves a las diez?-

-        - Es un mensaje. Bancame un segundo.-

-         -¿Quién es?-

-         -Bancame.-

-         -¿No me podés decir quién es?-

-         -¿No me podés bancar un minuto?-

Martina refunfuña y termina su cerveza. Se para haciendo el mayor ruido posible y va hasta la cocina a buscar otra botella. Cuando vuelve pregunta:

-¿Ahora que contestaste y pasó un minuto, ya sabés quién era y me lo podés decir?-

- Eran los chicos.-

-¿No les habías contestado ya? ¿Escondido en el baño?-

-Te estás poniendo paranoica.-

-¿Yo soy la paranoica?

-Sí.-

Hacía alrededor de una semana, a Martina la había despertado el sonido de un mensaje del celular de su novio a las 2 de la mañana. Había vuelto a dormirse, pero otro mensaje volvió a sonar desde el aparato y la curiosidad del remitente a esas horas pudo más que el cansancio del día laboral. Salió de la cama y fue hasta la mesada donde estaba acostado el teléfono. Llegó a ver un nombre: “Andrea”, antes de que su novio le arrebatase el celular de las manos y le diga: ¿Yo te reviso las cosas a vos? Desde aquel día hablaron menos, pero las sospechas crecían más en la cabeza de Martina. “¿Quién es esa Andrea?”, le pregunto a la mañana mientras preparaba el desayuno. Él estaba pálido, como quien se enfrenta a al peso de una mentira que tarde o temprano asomaría su cabeza, pero para la cual no estaba preparado. Entre bocados intermitentes de tostadas le contestó que era la novia, o mejor dicho, la esposa de un amigo suyo. Él los había presentado. Y que en este momento estaban pasando una crisis en la relación, y él intermediaba por segunda vez. “Hay que estar en las buenas y en las malas”, dijo mientras terminaba su café y se iba a trabajar, con la verdad envuelta en el morral.

-¿No será esa tal Andrea…no?-

-Ya te expliqué eso.-

- Quizás no me lo explicaste bien.-

-¿Tenés hora? Ya debería estar saliendo para ver a los chicos.-

-Fijate en tu celu.-

Suspira con fastidio y se va hasta la cocina a chequear el reloj blanco que colgaba sobre el microondas.

-        - ¿Me estás jodiendo? ¿Te vas hasta allá solo para no sacar el celular? ¿Yo soy la paranoica? Decime que mierda pasa, ¿queres?-

-         -Son y media, me tengo que ir que llego re tarde. Además, creo que no hay subtes hoy.-

Antes de pronunciar las palabras que elige con precisión, Martina sabe que en este momento todo cambió para siempre.

-         -De acá no te vas hasta que me digas quién mierda te llama tanto, quién carajo es esta Andrea y qué te está pasando. Ni siquiera me vez a los ojos, no me contestas. No me besas… No me dedicas una puta palabra.-
-         Ya te dije quien es Andrea. Te dije que tengo que ir a comer con los chicos y que se me hace tarde. -
           
      -Hablamos mañana.-

-         -Está bien… pero antes dejame ver el celular.-

-        - ¿Qué?-

-         -Que me dejes ver el celular. Lo veo y te vas. Así me saco las dudas y todos felices.-

-         -Te dije. Son los chicos del laburo. Yo no reviso tus cosas. No empecemos con eso. Me tengo que ir.-

-         -¿Qué compañero del laburo?-

-        - Juan.-

-         -Me estás mintiendo.-

-         -Es la verdad. Me mensajeó Juan.-

-         -Cuando respondés así de rápido es que mentís. Te conozco “mascarita”. Te vas a ver a esa mina.-

-         -No.-

-         ¿ves? De nuevo. Tenés las respuestas armadas. Tenés miedo. Me estás cagando.-

-         -Te digo que no Martina. ¿Cómo querés que te lo diga? ¿Rápido? ¿Lento? ¿En inglés?-

-         -Me doy cuenta que mentís porque estas nervioso. Sos una hoja temblando. Sos muy obvio, muy evidente. Algo te conozco, y me doy cuenta que “esto” no es normal. Querés huir. Te sentís acorralado. Y hace varios días te noto así… pero hoy… hoy estás cagadísimo.-

-        - No es así. Me voy. No llego.-

-         -Me estás cagando…-

-         -No.-

-         -Es lo mismo, no te creo. Ni te gastes en volver.-

-         -¿Qué puedo hacer para que me creas?-

-         -Mostrame el celular.-

-         -No…-

Martina se acerca a Cristian. Le da una mirada de compasión. Lo abraza y lo besa. Él se deja llevar por el cuerpo de ella. Martina mete la mano suavemente en el pantalón y le saca el celular, como una prestidigitadora profesional. Él no se da cuenta. Le da un fin seco al beso, le acaricia el pelo protocolarmente y le dice: “En serio. Me tengo que ir. Te quiero.” Le da un beso en la mejilla mientras agarra el bolso. Sale y cierra la puerta. Automáticamente, Martina saca de su bolsillo el celular de Cristian y comienza a investigar. Entra en la opción de mensajes y lee que los últimos 3 son de “Andrea”. Sabe que tiene poco tiempo, que en breve Cristian vendrá a reclamar lo que le pertenece. Y que todo, indefectiblemente, se va a ir a la mierda.
No llega a leer nada. La puerta se abre de repente (nadie la cerró con llave) y Martina se asusta, dejando caer el celular al suelo.

-Así que lo tenías vos…- 

- Sí.-

-¿Qué leíste?-

-No llegué a leer nada, pero es lo mismo. Tenías un par de mensajitos de esa “Andrea”. No me hace falta saber más. Si vos no me lo queres contar…-

El teléfono comienza a vibrar en el piso.

-¿No vas a atender? ¿O querés que atienda yo?-

Cristian se abalanza sobre el celular. Lo agarra y comienza a escribir frenéticamente.  Martina se le para detrás, intentando leer que es lo que está sucediendo.

-¡Dejame ver!-

-¡Basta!-

-La puta madre, ¡decime que mierda le estás diciendo a esa puta!-

Martina se da por vencida. Se tira en el sofá y comienza a llorar. Se tapa la cara. Después se desespera por encontrar su vaso con cerveza. Lo agarra y toma unos sorbos. Lo deja en la mesa ratona. Cristian termina de contestar y guarda el celular en su bolsillo. Segundos después vuelve a vibrar y emitir luz.

-¡Basta de esa mierda! ¡Andate de una vez! ¡No te quiero ver más! ¡Nunca más! ¡Me estas cagando en la cara! ¡Sos una mierda!-

-¡Traquilizate amor! Estás muy nerviosa…-

- ¡No me digas amor! ¿Decime que mierda le decís a esa mina? ¿te vas a ir a ver con ella no? ¿Me estás por cagar?, ¡por eso no podés ni mirarme a la cara! ¡Andate de una puta vez, la puta madre!

- Frená un segundo por favor….ya te explique…-

-Dejame ver ese celular…-

-no…-

En un arrebato de locura, Martina se levanta como felina y le saca del pantalón el celular, corre hasta el baño y traba la puerta. Prende la luz y se sienta en el inodoro.
Cristian golpea la puerta con fuerza y grita. Parece que la va a tirar abajo. Martina, temblando, llega a leer:
“Acá estoy, extrañándote”. Es el mensaje que su novio acaba de mandarle a “Andrea”.
Martina se suena los mocos. Respira profundo y se tranquiliza. No necesita leer nada más. Deja que pase un minuto. Los golpes cesan, también los gritos. Destraba la puerta y apaga la luz del baño. Sale hasta el pasillo y camina sin hacer sonido. Cristian está sentado en el sofá, mirando al piso. Los vasos en la mesa ratona están vacios. Ella camina hasta él con el celular en la mano. Siente una vibración leve. Mira al aparato que se apaga agonizante y completamente por falta de batería. Lo mete en el bolsillo del morral y se para al lado de la puerta. Cristian agarra el morral y va hasta la puerta. La ve unos segundos a los ojos, con culpa. Ella le niega la mirada y le abre la puerta. Él sale. Ella cierra la puerta con llave y, sin mirar hacia atrás, se acuesta en el sofá para ver la luna desde la ventana. Hay momentos en que las palabras están de más, piensa. Hay momentos en que le gustaría vivir en la luna.

-No puede estar tan lejos-, dice en voz alta, y cierra los ojos. 

Y duerme.





jueves, 3 de mayo de 2012

breve diálogo de los de antaño entre A y X, sobre los gustos, y w. allen




A: hola, ¿cómo va?
X: bien, ¿ y vos?
A: bie… ¿¿¿e???
X: ¿qué pasa?
A: me dijiste bien…
X: sí, ¿ y?
A: que no me dijiste “normal” ni algo parecido.
X: no… ¿pasa algo?
A: nada, solo que… me sorprendió.
X: hoy estoy bien, así que te respondo la verdad, o sea, bien.
A: genial entonces.
X: si.
A: traje una peli para ver.
X: ¿cuál?
A: una de Woody Allen.
X: ….. ¿cuál?
A: Scoop.
X: ya la vi, no me gusta.
A: ¿no te gustaba Woody Allen?
X: sí.
A: ¿entonces?
X: pero no me gusta Esa película de él.
A: ah…
X: ¿qué pasa?
A: no, es que…
X: si me gusta Allen, ¿me tiene que gustar tooooooooooodo de él?
A: no… tenés razón. Estas susceptible hoy…
X: puede ser
A: e….
X: ¿está mal que este así?
A: no, no, es que hace un rato me dijiste que estabas bien y ahora…. La verdad… estoy incomodo… en esta situación
X: yo hinchado las pelotas
A: ¿terminamos el dialogo sin moraleja?
X: dale. Antes preguntame como estoy, de onda.
A: ……….. ¿Como estas?
X: para el culo, todo culpa de Woody Allen.

domingo, 15 de abril de 2012

mercedes.



“Salir 10 minutos antes o 20 después te cambia la vida”, pensó Mercedes mientras manejaba su auto de ultima gama (que tanto esfuerzo le había costado comprar y por el que aún debía algun dinero) por las calles de Belgrano, a las 9:45.

Estaba tarareando canciones de la Aspen, cuando la vocecita de la pequeña, tajante y dulce como una boca sin dos dientes de leche, la bajó de un hondazo a tierra. Sentía un gusto agridulce por su hija: Pobre, no tenía la culpa de nada.

“En el colegio me dijeron que no puedo seguir llegando tarde”.

“Deciles que el día que no aumenten la cuota, ese día, vas a llegar temprano”.

“Pero mamá…”

Las glándulas de la infancia comenzaban a fabricar lágrimas tímidas y saladas cuando el instinto maternal relampagueó y congeló el momento.

“Es un chiste amor. Voy a hablar con la profe. Vos preocupate de divertirte nada más… y aprender!”

La sonrisa por el retrovisor fue prueba suficiente. Las palabras habían surtido efecto y el espontaneo interés de la infante por las trivialidades atrincheradas del otro lado de la ventana le otorgaba la libertad de volver a perderse en canciones sin compromiso social. ”Pobre”, volvió a pensar, “Lo que daría por volver a tener esa inocencia”.

La barrera bajó violenta delante del auto y la obligó a frenar en seco.

“La puta madre!”

La pequeña estaba a punto de quejarse, cuando la silueta de un hombre, cubierta en su norte con un pasamontañas apareció asomándose por la ventana de conductor.

“Bajate ya o te quemo!”.

Mercedes se paralizó. El pasado volvía en aquella voz al presente, mezclando los tiempos, escupiendo en el futuro.

“Sos sorda o pelotuda?”

Abrió la puerta y se metió en el auto, empujando a la mujer y tomando el control del destino. Apenas se acomodó en el asiento notó la presencia de la menor en el compartimiento trasero; estaba petrificada y sin saber qué tipo de lágrimas elegir en una situación semejante.

“Bajate nena”.

La chica siguió mirándolo fijo unos segundos más. El anónimo miró a la madre y le aconsejó calmo:

“Decile que se baje”, al tiempo que desenfundaba el arma que escondía debajo de la remera.

La hija escapó del auto, víctima de un sentimiento (hasta ese momento) virgen de supervivencia, pero frenó, ya a salvo, en el asfalto y buscó la protección en los ojos de su progenitora. Ella sólo pudo dedicarle una mirada tierna. Luego el auto aceleró ferozmente y se perdió en las geometrías de las calles de aquel barrio de la capital.

Recorrieron varios cajeros. Él la obligaba a bajar para buscar su botín, con la promesa idílica de que volvería a ver a su tesoro, sana y salva. Y mientras más rápido hiciese aquella transacción, mejor.

Luego de un raid de 25 minutos, volvieron al punto de partida. La nena lloraba sentada en la vereda. No había gente cerca. El auto frenó (aunque el motor pedía movimiento a gritos) y la infante corrió hacia el lado del conductor, como un cachorro acostumbrado a un estímulo programado. Pero en aquel lugar encontró sentado al del pasamontañas. Él obligó a bajar a la mujer. Antes, debeló su rostro y la beso en la boca, fuerte. Ella bajó mareada, e, instintivamente como leona, busco a su cría. La niña vio al ladrón a los ojos. Éste le guiñó y le regalo una sonrisa paternal y desconocida. Luego aceleró llevándose el Mercedes blanco.

Mercedes comprendió la vida en un segundo, como dicen que sucede segundos antes de llegar a la muerte, con la diferencia de que ella seguía viva. No le gustó aquel saber.

“Mamá?”, preguntó la niña que ya no temblaba.

“Qué hija?”, contestó Mercedes en un estado parecido al trance.

“Siento que conocía a ese señor”

“Yo también linda”

Y Mercedes lloró por segunda vez en su vida.

La barrera bajó amena, quizás, porque no había necesidad de frenar esa vez.