Simplemente diálogos, que van tomando forma (de alguna forma) y terminan donde tienen que llegar. Diálogos con vida propia, que a veces corren, a veces se detienen a pensar, y a veces disparan balas y verdades. Radiografía de un mundo igual, pero visto de distinta manera.

sábado, 4 de mayo de 2013

sueños de autor.





Juan se despertó cansado aquel jueves, como casi todos los jueves, como casi todos los días de su vida desde que tenía memoria. Sintió un gusto ácido en la boca, acompañado de un mal presentimiento. Se levanto de la cama, apoyando en el suelo frío primero su pie derecho, luego el izquierdo, para, por fin, verticalizar su cuerpo entero sobre el nivel del mar.

Fue hasta el baño y sin mirarse al espejo (le daban miedo los espejos, reflejaban demasiado) se lavo los dientes.

Llegó hasta la cocina y prendió la radio, un fósforo  la hornalla y un cigarrillo casi en un mismo movimiento. Esperó a que el agua se calentase, mirando por la ventana, pitando el humo, escuchando las noticias del día. “Probabilidad de lluvias para la tarde. TBA en paro: Ramales Tigre y Mitre. El ejecutivo impulsará mañana una nueva reforma a la ley de…”.

Cebaba mates mientras miraba el reloj. Le quedaban 23 minutos para salir holgado al trabajo. Luego cayó en la cuenta de que era feriado, primero de mayo, día del trabajador, y que no había necesidad para salir a ningún lado, ni siquiera de su cama, que aún debía conservar el calor de su cuerpo.

Escuchó pasos.

Fue hasta el baño y revisó si había alguien. Corrió la cortina de la ducha. No había nadie. Fue hasta el cuarto, se fijo debajo de la cama, dentro del armario. Ningún rastro de vida. Hasta salió a la calle: vacía.
“¿Qué habrá sido ese ruido?”, pensó.

Tiró todo su cuerpo sobre la colcha arrugada y prendió la televisión. Las noticias que había escuchado hace minutos vomitar a su radio, salían idénticas de la pantalla, pero con imágenes que las anclaban en sus ojos. “Probabilidad de lluvias para la tarde. TBA en paro: Ramales Tigre y Mitre. El ejecutivo impulsará mañana una nueva reforma a la ley de…”. Apagó el aparato y cerró los ojos.

En el sueño veía a un hombre adulto, de barba blanca y anteojos con marco de madera. Escribía en su computadora. A veces frenaba y volvía sobre las palabras, corrigiendo alguna falta de ortografía. Acercaba su cara al monitor para leer mejor. Prendía un cigarrillo que apagaba luego de tres pitadas. Juan lo veía de costado, como si estuviese sentado a su lado, en silencio, sin molestar. El escritor le era indiferente a él y a todo. Pareciera que su única función en el mundo era escribir la historia que avanzaba desde sus dedos. Juan se aburrió de ver la mecánica reiterada durante ese rato (como si se pudiese medir el tiempo en los sueños…) y se fue a recorrer el lugar. La casa era una gran habitación. Nada más que eso. Las paredes estaban formadas de bibliotecas llenas de libros, que jugaban a ser ladrillos a la vista. Intentó tomar uno, pero apenas lo sacó de su sitio la casa/habitación/mundo comenzó a temblar. Un terremoto que se desperezaba. Dejó el libro en su lugar y todo volvió a su quietud natural. Volteó la mirada hacia atrás. El escritor seguía inmerso en su texto. “Que tipo raro”, pensó. Y luego despertó.

El cuarto estaba frío. La colcha agujereada. La persiana baja y el mundo exterior mudo.
Volvió a escuchar pasos. Venían desde arriba.

La casa de Juan constaba solo de una planta baja. Una pequeña caja de cemento con baño cocina/comedor, cuarto y puerta a la calle.  Salió y se asomó para ver si alguien merodeaba por el techo, pero no vio a nadie: ni arriba ni a los costados.

Caminó un rato para ver si se cruzaba a alguien por la calle. Los negocios estaban cerrados. El día era gris. Y aparentemente todos se habían ido o se habían quedado dentro de sus casas. Lloviznaba. Volvió a su casa con el mismo gusto ácido de la mañana en la boca.

Prendió un sahumerio. Dejó correr música instrumental desde la computadora e intento meditar. Antes de cerrar los ojos, pensó “Quizás fue el fin del mundo, y nadie me aviso…”.

A los minutos ya estaba dormido de nuevo. Volvió a ver al escritor, que no paraba de tipear en su máquina, como si todo a su alrededor no existiera. Juan le tocó el hombro, pero el hombre solo atinó a rascárselo. Se ubicó a su espalda y leyó las últimas palabras escritas en el monitor:

 “A los minutos ya estaba dormido de nuevo. Se reencontró con el escritor, que no paraba de tipear en su máquina, como si el mundo a su alrededor no existiera. Juan le tocó el hombro, pero el hombre solo atinó a rascárselo.”

Sintió un mareo que le hizo perder la estabilidad. Cayó al suelo y con el odio sobre la madera fría volvió a escuchar los pasos. Alguien estaba cerca. Había una persona más en aquella casa. Se paró y, lentamente, fue a chequear fuera de la habitación. Recorrió un pasillo blanco y angosto, lleno de luz, aunque no tenía ventanas. Llegó hasta un cuarto. Dentro había un hombre sentado sobre una cama metiendo balas en un revolver.  Aunque Juan vio su rostro, no pudo identificar ninguna particularidad: no tenía nariz, ni ojos, ni boca. No tenía cara. El hombre termino de cargar el arma, se paró con elegancia (era muy alto) y caminó hacia la puerta,  donde Juan estaba parado. Pero no se detuvo en él, ni siquiera sintió su presencia, y siguió de largo hasta el pasillo blanco. Sus pasos resonaban fuerte, retumbaban como los latidos de un corazón abierto. El revólver colgaba de su mano derecha.

Juan corrió detrás suyo, empujado por el instinto, e intento detenerlo. Pero por alguna extraña razón no podía agarrarlo. El hombre seguía su camino. Juan corrió adelantándose hasta llegar al cuarto donde estaba el escritor. Éste seguía tipeando. El ruido de los pasos era ensordecedor. Cada vez se acercaban más devorando el tiempo y el espacio con su sonido. Podía olerse el cuero de los zapatos.

Juan zarandeó el cuerpo del escritor, que ni se inmuto. Intento gritarle al oído, advirtiéndole del asesino. Del peligro. Del tiempo. Pero el escritor solo tipeaba y miraba la pantalla. A su lado, un cenicero con 5 colillas desprendía una humareda tímida. Miró el monitor una vez más, y leyó:

“Juan zarandeó el cuerpo del escritor, que ni se inmuto. Intento gritarle al oído, advirtiéndole del asesino. Del peligro. Del tiempo. Pero el escritor solo tipeaba y miraba la pantalla. A su lado, un cenicero con 5 colillas desprendía una humareda tímida. Miró el monitor una vez más, y leyó:”

El hombre sin rostro se detuvo finalmente frente al escritor al mismo tiempo que el sonido de los pasos cesaba y el silencio se mezclaba con el aire del cuarto. Elevo su brazo, y con éste el arma. El escritor llego a decir: “¿Qué mierda?”. Disparó una sola vez. La bala entró directamente en la cabeza. La cabeza chocó contra la pantalla y la quebró. Las palabras allí escritas se vertieron fuera, empapando el escritorio.

Juan se despertó cansado aquel viernes. Sintió un gusto ácido en la boca, acompañado de un mal presentimiento que no pudo identificar. Se levanto de la cama, apoyando en el suelo frío primero su pie derecho, luego el izquierdo, para, por fin, verticalizar su cuerpo entero sobre el nivel del mar.
Fue hasta el baño y se miró al espejo. No reconoció su reflejo. Volvió a la cama. Tenía la extraña sensación de que tenía cosas que hacer, pero no sabía qué. Ni siquiera sabía que se llamaba Juan.