Por esas cosas de la vida, que durante
toda ella suelen suceder…
… y víctima de un zarpazo violento de
capitalismo, Juan se vio, de repente, en la miseria. Pero no esa en la que no
se tiene nada. Una peor: la de tener todo lo necesario, pero deberlo. Vivía en
un dos ambientes, tenía 3 pares de zapatillas, banda ancha de 6 megas, cursaba
en la facultad y debía 10.000 pesos. ¿Cómo llegó a eso? ¿No pudo anticiparse?
¿Era un pelotudo en materia de administración? Lo último, probablemente sí.
Se desesperó. “Tengo que conseguir
guita”, se decía una y otra vez frente al espejo mientras perdía tiempo que
podría haber traducido en pesos. La primera entrevista laboral a la que fue le
ofrecía una digna esclavitud por unas migajas de riqueza. No estaba en
condiciones de no considerarla. Las siguientes posibilidades tampoco fueron
mejores ni ostentosas.
Caminando hacia su casa, se cruzó con un
folletito en un poste de luz. Esos que la inteligencia media ignora, en son de
preservar la moral y las buenas costumbres. Juan se detuvo y leyó en voz alta: Dinero ya! Sin hacer nada, sin trabajar, es
su oportunidad! Arranco el papel de la madera astillada y lo guardó en el
bolsillo del pantalón.
Tiempo más tarde, mientras recalentaba
las sobras de la noche anterior en el microondas, se puso a llorar. Antes de
tirarse a dormir, ordenó la ropa para el día siguiente. “Tendría que lavar este
pantalón, o al menos plancharlo.” pensó mientras revisaba los bolsillos en
busca de algún billete sin dueño. “Ni para el subte me queda…”. Encontró el
papel estrujado y notó que había un número de teléfono en el margen inferior.
Llamó.
Lo atendió la voz dulce de una mujer. Le
pareció raro que una telefonista sea amable a esas horas de la noche.
“Gracias por llamar a Lanimilbus, ¿en qué
podemos ayudarle?”
“Buenas noches, la verdad… encontré el
número en la calle y se me dio por llamar. No sé cómo es la cosa… solo sé que
necesito plata.”.
“Si quiere podemos agendar una reunión
para mañana mismo. Puede venir a nuestras oficinas, donde le comentaremos de
que se trata esta oferta con detalle. ¿Le quedará bien a las …mmm…. déjeme
chequear… a las 14:00 hs.?
Juan aceptó, dándole a la mujer los datos
que le solicitó. Luego se durmió sin prestarle tanta importancia al asunto.
“Seguro es una tranfuguiada, pero
mejor ir, ver qué onda y sacarme la duda a quedarme viendo la tele”.
Al otro día Juan llegó media hora tarde a
las oficinas de Riobamba. El edificio era imponente en diseño y luminosidad. Parecía
sacado de la escenografía de Metrópolis. Le resultó sospechoso que les interese
alguien como él ahí dentro.
“¿Juan Martínez?”, preguntó la voz de una
mujer.
“Si”, contestó Juan al vacio. Vio salir
de una de las oficinas a quien creyó ser una secretaria. Estaba vestida de
camisa blanca, y pollera negra. Tenía el pelo atado y anteojos con marco fino.
“Pasá por acá, por favor”.
Juan entró a la oficina. En el centro había
una mesa rectangular. Le pareció un altar y por un momento eso le dio gracia.
Notó que varias personas estaban sentadas frente a él. “Quién mierda me mandó a
venir acá”, pensó.
“Sentate por favor”, dijo un gordo de traje
ubicado a la derecha, señalándole la única silla vacía.
Atrincherado en su asiento, dio un paneo
visual de los contrincantes: El gordo a la derecha, la mujer/secretaria al
lado, un cuarentón pintón vestido de médico y un hombre de traje; el hombre más
normal del mundo: castaño y peinado para el costado, ojos color café, corbata
negra.
“¿Trajiste tu CV?”, le preguntó la mujer.
Juan sacó de la mochila dos hojas
arrugadas y se las pasó.
El hombre de traje se rió: “¿No quedaban
carpetas en la librería?”
Juan comenzó a transpirar. Le contesto
con una sonrisa nerviosa. Mientras la mujer daba un breve pantallazo a la
ínfima experiencia laboral de Juan, le dijo: “No le hagas caso, no hace falta
eso”. Luego le paso el CV al gordo, que ni siquiera frenó a ver si la foto en
el margen superior derecho concordaba con el joven temeroso que tenía sentado
en frente.
Juan miraba al piso. Le daba miedo ese
mundo formal. Notó que tenía la camisa fuera del pantalón. Era tarde para
enmendar el detalle.
“Por lo que veo, tenés poca experiencia
laboral”, comenzó la mujer. “Pero eso no importa”. Lo miraba a los ojos y eso
lo incomodaba. Nunca pudo mantener una mirada. “Pero, aunque te llame la
atención, nos interesás, podría decirse que sos… perfecto… para esto”.
“Jajajjaj”, rió el gordo. “Tampoco
exageremos, perfecto no, pero podés funcionar. No te asustes, no es nada malo.
Es… un experimento… comercial, pero donde todo sale bien”.
“Te vamos a estar pagando 4.000 pesos
mensuales y no vas a tener que hacer nada. Siempre y cuando firmes estos
papeles y estés de acuerdo con el ofrecimiento”, dijo el de traje.
Aparentemente era el abogado.
Juan se quedó viendo al que parecía
medico. Era el único de los cuatro que aún no había dicho nada. Siguió en
silencio.
“¿Te parece bien?”, dijo la mujer.
“¿La plata?”, preguntó Juan. “Sí, pero me
gustaría saber que tengo que hacer”.
“¡Habla!”, ironizó el supuesto abogado.
“Martín… no lo molestes”, le regañó la
mujer con cierto aire de complicidad. Juan creyó por un segundo que debían ser
pareja. O amantes, o algo.
“El doctor Vanderheim te va a explicar el
proceso. Es algo muy simple. No tenés que hacer nada. Solo dormir”.
“Buenos días Juan. Soy Oscar Vanderheim”,
dijo el doctor mientras revelaba el timbre de su voz por primera vez y se
paraba. Se acercó a Juan, le dio la mano y volvió a su asiento. “Soy neurólogo.
Me ocupo de estudiar, básicamente, cómo operan los cerebros”. Dejo escapar una
risa sencilla y prosiguió.
“Entenderás que hago cosas más complejas que esa,
pero a modo de resumen, creo que se entiende…de esa forma.”.
Juan lo miró con atención. Los neurólogos
solían aparecer en momentos complicados.
El gordo tomo el mando de la
conversación. “Lanimilbus es una
central de medios. Es una derivación de Worldadvertising,
una importante agencia de publicidad sueca. Hace un año la firma decidió
instalarse en nuestro país para llevar adelante un proyecto novedoso y vanguardista.
Estamos orgullosos que estén en la Argentina y confíen en la calidad de
profesionales que residen acá”.
La mujer continuó con el discurso. “El
equipo lo conformamos nosotros 4: Martín Alzaga, que es abogado, el Dr., el
señor Ramírez (señalo al gordo) que es el jefe del área, y yo, Deborah Pérez,
que coordino.”
“Lo que hacemos, o mejor dicho, lo que
queremos hacer, es… básicamente… publicitar en los sueños”, sentenció el Dr.
“Por eso, si estás de acuerdo, te paso
los papeles y los firmas. Son 4.000 pesos por mes por 3 horas de sueño diarias.
Eso da un total… para que me fijo bien, lo tengo por acá escrito… de… 90 horas
mensuales… a… no no… esperá… los fines de semana no se cuentan… buen… sería
algo así como 68 horas mensuales, ponele, está escrito y especificado acá
igual”, dijo el abogado.
“Martín… esperá un poco que lo vas a
marear al pobre chico”, la mujer le sonrió. A Juan le gustaban los labios rojos
de Deborah, y se sintió protegido en su voz. “Si aceptás, empezaríamos desde
hoy. Sólo tenés que hacer unas pruebas que el Dr. te va a explicar. No es nada
raro. Es muy simple. El proceso se encuentra en una etapa experimental, pero ya
casi está por salir al mercado. Sólo que nos exigen probarlo y testearlo unos
meses. Vos haces tu vida normal: podes estudiar, trabajar, salir, hacer lo que
quieras. Solo nos tenés que asegurar que vas a dormir 3 horas por día y que vas
a tomar… el medicamento que te demos”.
“¿Te interesa?”, pregunto el gordo con
voz seria.
“Sí…”, contestó Juan. No supo si su
respuesta era por el mareo que provocaba el exceso de información en tan poco
tiempo, o el miedo, o el dinero que le ofrecían, o por Deborah.
“¡Perfecto!”, dijo el gordo y sonrió a
todos. “No perdamos más tiempo entonces: firmá los papeles que te alcanza
Martín y pasemos con el Dr. al consultorio”. Había mucha energía y alegría en
su voz.
Juan firmó en las cruces. Mientras lo
hacía, la analogía de éstas se le presentó grafica en su cabeza, como si
estuviese aprobando su propia condena. Jesús lo miraba desde un costado y
meneaba la cabeza. Él dejaba de ser cobarde por una vez en su vida, le plantaba
en seco la mirada y le decía “tengo un alquiler que pagar, flaco, no me la
hagas más difícil”.
Pasaron a un cuarto contiguo. Una oficina
adaptada como consultorio. Parecía un estudio de televisión.
“Primero vamos a hacerte unos exámenes,
cosas de rutina, para saber cómo opera tu sistema. Presión, esas cosas… después
te paso un papel con preguntas sobre vos: historial clínico. Lo completas y
listo. No mientas sobre nada. Por último te vamos a pedir examen de orina y
sangre”, le explicó el médico.
Los estudios duraron menos de una hora.
Lo que más le costó a Juan fue mear en el tarrito. El gordo se le acercó y le
dio la mano. “¡Excelente elección! ¿Cómo te llamabas…?”. “Juan”, le recordó
Deborah. Juan sonrió. “¡Felicitaciones Juan! Este es un día especial. Te
aconsejo que lo celebres. Estamos haciendo algo importante. El futuro de la
publicidad se está cocinando acá. El
doctor va a analizar los exámenes y si todo está en orden, mañana mismo Deborah
te va a estar llamando. Estate atento al teléfono.”.
Juan volvió a su casa y prendió la tele.
Mientras veía el noticiero, pensó que en 3 meses podría pagar todas las deudas.
Es más… hasta podría buscar un trabajo y acortar el tiempo. Se quedó dormido
sin haber comido en todo el día.
Lo despertó el teléfono a las 9 de la
mañana.
“Hola…”
“¿Hola Juan? ¿Estabas durmiendo? Soy
Deborah, de Lanimilbus. Disculpá. ¿Podrías estar en la oficina en una hora? Los
exámenes salieron bien y el doctor quisiera empezar cuanto antes. Estamos todos
muy ansiosos.” Juan se dio cuenta de que se había enamorado de la voz de
Deborah.
Una hora más tarde estaba en la oficina
de Riobamba. El doctor y Deborah estaban excitados. Lo noto en sus miradas. El
abogado y el gordo no acudieron al encuentro.
“Mira Juan. Los exámenes dieron
perfectos, así que ya podemos comenzar con el proceso. Lo único que vas a tener
que hacer es lo siguiente: después de comer, tomás una de estas pastillas. Nada
más y nada menos que eso”, el doctor le alcanzó un frasco a Juan. “Tienen el
mes inscripto. Las pastillas que te demos en el futuro van a ser las mismas,
solo que están discriminadas por tiempo, por un tema de anunciantes”.
“Estamos muy contentos de que hayas
aceptado. Además, te notamos entusiasmado. Si la cosa sale bien, seguramente
podremos aumentarte el sueldo en los meses que vienen”.
Alguien entró en la habitación.
“Hola a todos. ¿Así que vos sos el famoso
Juan?” Se acercó hasta él y le dio la mano.
“El es Adrián Sánchez. Trabaja en Nike,”,
le dijo Deborah sonriente. “Confió en el proyecto y está tan emocionado como
nosotros”.
“No puedo esperar para empezar. Si esto
funciona, vamos a cambiar la historia de la publicidad. ¿Cuántos años tenés
Juan?”
“Veinticuatro”.
“Perfecto, perfecto… es el target que
queremos manejar. ¿Trabajas?¿Estudias?¿Las dos?”
“En este momento estudio nada más. Administración.
Pero estoy buscando trabajo…”
“Trabajo ya conseguiste”, dijo Adrian y
luego rió. “Ahora solo ocupate de dormir y estudiar. ¿Haces deportes?”
“Juego a la pelota los domingos”
“Perfecto.”, contestó Adrian, y luego se
sentó. “¿Le dieron las pastillas ya?”
“Sí, sí.”, le respondió Deborah con una
sonrisa.”Ya estamos para empezar… así que…”, dijo mirando a Juan, “por nuestro
lado ya está todo. Te vamos a estar monitoreando. Lo ideal es que duermas lo
más que puedas, que no te agites mucho durante el día. Te dejo la tarjeta del Dr.
y la mía por cualquier consulta. Durante la semana te voy a estar llamando para
organizar el pago. Probablemente te abramos una cuenta en el banco Francés y te
depositemos ahí.”
“Acordate esto que es muy importante:
tenés que dormir 3 horas mínimo por día. Tomas una pastilla después de comer
todos los días, una sola. No hay problema si mezclas con alcohol. Todas las
noches UNA pastilla; ni dos ni cero. Cualquier cosa me llamas al número de la
tarjeta.”
Juan guardó la cajita con las pastillas
en el morral y se paró. Los otros ya estaban en otro tema, hablando entre
ellos. Cuando estaba frente a la puerta escuchó: “Que pase el otro”. La puerta
se abrió y entró un hombre 10 años más grande que él, sin afeitar y con un saco marrón. “¡Pase pase Andrés!”, oyó
desde el fondo. Juan cruzó el umbral y la puerta se cerró a sus espaldas.
Al salir del edificio vio a un hombre
sentado en la puerta. Abrazaba sus piernas y temblaba. Tenía el pelo canoso,
aunque aparentaba ser joven. Repetía frases inentendibles. De repente alzó la
mirada y choco con sus ojos. “¿Vos venís de ahí adentro? Jajajajaj. ¡Te vas a
volver loco! Jajajajajaj. No sabes lo que acabas de hacer flaquito…tirá esa
pastillas a la mierda… ¡tiralas! ¡Y corré! ¡Corré lo más rápido que puedas con
tus Nike! Jajajajajaja.
Juan fue directo a la facultad. Para eso
se tomo el subte D. Se puso a leer los textos que tenía pendientes de Recursos
Humanos en un pasillo. “Que loco estaba ese tipo”, pensó.
Al llegar a su casa, calentó el agua para
los fideos. Mientras se cocinaban, se dio una ducha rápida. Comió con la tele
prendida. Antes de dormir, tomó una de las pastillas y se lavó los dientes.
El teléfono sono a las 9 de la mañana y
lo despertó. “Buenos días Juan, ¿estabas durmiendo? ¿Cómo amaneciste?”
“Hola…” dijo Juan tratando de entender
que pasaba. “¿Quién es?”.
“Deborah, de Lanimilbus. Estoy acá con el
doctor y queríamos saber cómo te fue en tu primer día… noche, jajajaj. Te
estuvimos monitoreando desde el consultorio y los parámetros nos dan bien. Pero
queríamos saber cómo te sentías.”
“Me siento bien”, dijo Juan bostezando.
“Un poco cansado, pero a la mañana siempre estoy así. ¿Qué hora es?”
“Las nueve y 5. Y decime… ¿te acordás lo
que soñaste?”
“Mmm, …. Más o menos…En un momento me
tomaba el tren… llegaba tarde a algún lado. Veía que el tren llegaba a la
estación y me lo iba a perder…”
“¿Lo corrías?”
“Sí. Y… me sentía cómodo de correrlo. Y
llegaba a la estación antes que él.”
“¿Algún detalle más que te acuerdes?”
“Creo que tenía unas zapatillas nuevas,
cómodas. Tenían un color llamativo. Un verde manzana. ¿Eran las Nike?”.
“Bien…”
“Pero nada más… ¿si me acuerdo de algo
les aviso?”
“Sí sí. Igual tranquilo. No hay problema.
Venimos bien. Todo se va a ir acomodando. Te vamos a estar llamando estos días
para chequear como se desarrolla el proceso. Y para avisarte del pago.”
“Buenísimo”
“Bueno Juan. Te dejo. Ya sabés, por
cualquier cosa, nos llamas. Saludos”. Y Deborah cortó.
Juan tomó un café. Tocaron el timbre. Se
asomó en silencio y vio por la mirilla que era la dueña del depto. La mujer
esperó un rato y luego pasó una nota por debajo de la puerta que casi choca
contra su pie. Era una intimación de desalojo. Debía 2 meses de alquiler. Pensó
en hablarle por la tarde y explicarle la nueva situación. En dos meses podría
ponerse al día. Además, era un buen inquilino, nunca tuvo quejas y no molestaba
a nadie. De todas formas comprendía que el mundo no se mueve por buenas
intenciones, sino por dinero.
Ese día no cursaba en la facultad así que
decidió salir a caminar. Por Santa Fe se cruzó con María, una compañera de
Administración 1. Charlaron sobre el profesor y sobre el parcial que tenían en
una semana. Arreglaron estudiar juntos el día siguiente en el depto. de Juan,
ella llevaría algo para cenar. María no era fea, pero tampoco linda. Tenía un
año más que él y se reía de todos sus comentarios. “Creo que me tiene ganas”,
pensó Juan mientras esquivaba un puesto callejero.
Llegó la noche y se sentía cansado, aún
no habiendo hecho nada de nada en todo el día, salvo una caminata de 20 cuadras
y 7 horas de televisión. Antes de apagar el aparato e irse a dormir, vio el
spot de unas nuevas Nikes. Eran verdes. El chico del comercial corría sin
parar. Lo enfocaban desde varias tomas. Sudaba y se reía. La música era
agresiva pero emocionaba e invitaba a superarse. La respiración del muchacho
era constante: agitada. Al mismo tiempo se proyectaban en centésimas de
segundos imágenes de un tren viajando a toda velocidad. Finalmente, el
protagonista llegaba a la estación y veía venir el tren. Se subía y la puerta
se cerraba. El sonreía, feliz, con actitud ganadora. Fundido en negro y slogan
con marca: Run faster. Nike Green. El tren se alejaba desde una toma aérea.
El despertador sonó una hora seguida.
Cuando Juan se depertó se sentía mareado. Decidió no ir a la facultad. Se hizo
un té y volvió a la cama. Al rato le llegó un mensaje de María: “Te paso algo?
Xq faltaste hoy? Nos juntamos mas tarde? Bss! :P”. Le contesto que si quería,
se viniese directo a la tarde y que estaba bien, solo un poco cansado,
seguramente por su “nuevo trabajo”. Ordenó un poco el depto. Fue al chino y
compró cosas para picar. Si María se quedaba hasta más tarde, de última, pedían
una pizza. Se dio cuenta que no tenía plata para eso y sintió vergüenza. ¿En
qué momento se había ido todo a la mierda? ¿En qué carajo había gastado tanto?
Apenas llegó a la puerta de su casa
escuchó una voz a sus espaldas. “Así que para gastar en boludeces tenés?”, la
dueña del depto. tocaba las bolsas flacas que traía en una mano con su bastón.
“Ayer te dejé una notita por debajo de la puerta… y no me digas que no sabés
leer porque para firmar el contrato lo hiciste… el contrato que no estás
cumpliendo”.
“Disculpe Olga, hoy le iba a tocar el
timbre y explicar todo”
“No hay nada que explicar. Vos te vas de
acá. Seré vieja pero no boluda. Nene, yo necesito esa guita para vivir. Esto es
todo lo que tengo, la jubilación no me sirve ni para ir al cine los miércoles.
Se nota que sos buen pibe, pero el mundo es malo y nos arrastra a todos. Si no
me pagas mañana, te vas.”, y la dueña se fue, apoyándose en cada paso sobre su
bastón.
Apenas entró, Juan buscó la tarjeta de
Deborah. Llamó desde su celular, pero no tenía más crédito. Quiso pedirle a
Olga el teléfono, y de paso explicarle la situación, pero la vieja se había ido
de su depto. o no quiso atenderlo. Volvió hasta su cuarto a cambiarse la remera
e ir hasta Lanimilbus a pedir algún tipo de adelanto pero comenzó a sentir un
mareo. Un cosquilleo en su cabeza, suave, pero firme. Después vio todo blanco,
hasta que no volvió a ver nada. Ni a estar consciente.
Cuando abrió los ojos estaba acostado en
el suelo. Tenía un gusto ácido en su boca, como a cobre. Buscó el celular y vio
en la pantalla que eran las 11 am. Se había quedado dormido toda la noche.
Tenía varios mensajes de María. Uno preguntándole a qué hora pasaba. Otro que
estaba en la puerta. Uno que decía nada más: abrí! Y los últimos 3 mandándolo a
la mierda y preguntándole por qué carajo la invitaba hasta la casa si después
no le abría. También tenía tres llamadas perdidas a las 9, 10 y 10:30: número
desconocido. Agarró las llaves y salió. En la calle vio acercarse un colectivo.
Estaba a 30 metros de la parada. Lo corrió, pero no llegó a tiempo y el colectivo
siguió su marcha, indiferente y sin humanidad ni compasión. Caminó todo el
trayecto hasta el edificio de Riobamba.
En el trayecto pasó por enfrente de un
local de ropa deportiva. Ahí estaban las Nike verdes. Un cartel las ofrecía
como lo más indispensable del mundo. El chico de la publicidad se parecía a él,
pero tenía actitud en la mirada y en el cuerpo. Salían un dineral, pero las
deseó. Las deseó con pasión, con necesidad, con amor, más que a cualquier mujer.
No podía costearse ese gasto. No tenía crédito para esa transacción. Lo primero
que haría, apenas tuviese plata, era comprarlas. Las Nike eran la prioridad.
Después una tarjeta para el celular y arreglar todo con María, después el
alquiler, después la cuota de la facultad, después, si sobraba algo, comer.
Al llegar, el edificio no le pareció tan
espectacular. El loco seguía sentado en el piso, pero tenía la vista perdida en
el horizonte. Se podría decir que estaba contemplativo. Serio o triste.
Entró y se anunció en la recepción. Le
pidieron que espere unos momentos. Deborah salió de un ascensor y pasó a su
lado sin dirigirle la mirada. Entró a una oficina. La recepcionista no le dijo
nada. Un minuto después abrió la puerta y lo llamó por su nombre completo.
Juan entró con una sonrisa que se le
borró al instante. La cara de Deborah permanecía seria, cruel, fría. “A ver
chiquito, ¿me explicás por qué ayer no tomaste la pastilla? ¿Ni dos días
seguidos podés cumplir? Sos grande, eh… Mira que este laburo no es tan jodido.
¡No es tan jodido tomar una puta pastilla por día! Si tuvieses una enfermedad…
¡te habrías muerto!”
Se quedó callado. Todo el mundo cambiaba
de repente de color y lugar. No había suelo firme donde pisar. Ni sogas de
donde colgarse. Estaba descalzo, sin sus Nikes… Todo se volvía lava… que
quemaba… y el tiempo, el tiempo corría… decisiones… Fue a pedir, y ahora tenía
que dar explicaciones. Su poder de negociación era ficticio. Ellos siempre
tuvieron el poder. Ellos movían los hilos. Los hilos se quemaban por el calor.
No había suelo debajo. Solo le quedaba caer. O esperar.
“Me quede dormido. Me desmaye. Es raro,
porque nunca me pasó. Me caí al piso directo.”
“Más vale que no me estés mintiendo. Mirá
que nosotros monitoreamos todo. Tenemos un equipo laburando en vos. Esto no es
joda pibe. Si te cagas en nosotros, a mi me van a cagar y yo voy a dedicar mi
vida a cagarte la tuya. Estamos sólo a un paso de cambiar el mundo. El mundo
tal cual lo conoces. Ese de tomarte un colectivo a la mañana todas las mañanas.
Confiamos en vos. Confié en vos…”
“Te lo juro Deborah. Ayer me caí
desplomado. ¿Puede ser por las pastillas?”
“No puede ser por eso. Testeamos todo.
Los análisis salieron bien. Las tenés que tolerar sin problemas. Tu cuerpo lo
puede hacer. Ahora igual vamos a tener que empezar de nuevo. Las dos que ya
tomaste no cuentan. Te voy a tener que dar unas nuevas. Cancelar el contrato
que teníamos, firmar otro… el papelerío me aburre. Pero bueno… así zafamos
cualquier quilombo. Toda la mañana me estuvo llamando el tipo de Nike,
preguntándome como iba todo. Y yo llamándote a vos. Y vos que no contestabas… Le
tuve que mentir, pero solo porque sé que al final esto va a funcionar. ¿Soñaste
de nuevo? ¿Pasó algo al menos?”.
“Sueños no…”
“¡Mierda!”
“… pero cuando venía para acá, vi las
Nike y las quise comprar. Las verdes, las que soñé la primera noche, las que
salen en la publicidad de la tele.”
“Bien… Bien… Eso es algo. ¿Te gustaban de
antes?”
“No, ni sabía que existían. Yo uso
Topper.”
“Bien… Lo voy a poner en el reporte.”. La
cara de Deborah cambió. Sonreía. Vislumbraba el éxito en el futuro. La
declaración de Juan le había dado aire, un aire dulce y dorado que la acercaba
a la costa de la fama. Ella iba a ser parte de la historia de la publicidad.
Iba a cambiar el mundo tal como lo percibíamos. Iba a salir en revistas. Se iba
a empapar de elogios. Iba a dar charlas, conferencias, ser la protagonista. Iba
a ser una eminencia. Mujer joven, bella, inteligente. Se iba a vengar de todos
los hombres que la pisotearon toda su vida. Iba a elegirlos y a usarlos. E iba
a empezar por el gordo.
Al notar el cambio en el ambiente, Juan
se animó a confesar su visita. “Lo que
te quería pedir… si no es molestia, es un adelanto de la plata. Tengo que pagar
el alquiler… y realmente, necesito comprarme las Nikes esas.”.
Deborah volvió a la realidad con un
violento baldazo de agua fría, aunque más que agua, fueron las palabras del
joven mediocre que estaba sentado frente a ella. Su cara se endureció unos
segundos. Luego volvió a sonreír, de una forma extraña, como deben enseñar a
hacerlo en las escuelas de negocios.
“Mira Juancito, te explico. Todavía no te
podemos pagar. Según el contrato, recién lo podemos hacer después de la primera
semana. Y ahora vamos a tener que empezar de cero, así que el conteo empieza
hoy.
Peeeero… entre nos… te ofrezco una alternativa. Visto y considerando que
la droga está funcionando bien, pero que nos… que me fallaste… digámoslo así…
en tu etapa de prueba… tenemos una a favor y una en contra. Necesito que te
comprometas más. Tenés mi número, me tenés que llamar sí o sí, si algo pasa.
Las pastillas no te hicieron nada, para que te quedes tranquilo… seguro fue que
estabas cansado por exámenes o por salir con muchas chicas…”, Deborah se rió
cómplice, guiñándole el ojo. “Lo que te propongo es que empecemos de nuevo,
desde el principio. Ahora lo llamo al doctor, le pido las nuevas dosis…. Y… ya
que estamos, podemos agregar unas nuevas pastillas, las de otro anunciante.
Decime, ¿vos fumás?”
“No. Nunca fume. Buen… un cigarrillo una
vez en la secundaria, o dos, para probar, pero no me gustó. Me dio asco.”
“Genial. Bueno, te propongo esto, dos
pastillas por día, 6 horas de sueño. Tomás una, te dormís 3 horas. Te
despertás. Tomás la otra y te dormís todo lo que quieras. Te doblo el sueldo a
$8.000 y ahora te doy un adelanto de mmmm… ¿cuánto querés? ¿Dos mil te
alcanzan?”
Respiró el aire frio fuera de la tarde.
Como un cachetazo sintió volver a la realidad. Una realidad casi adulta, seria.
En un bolsillo tenía los dos juegos de pastillas. En el otro dos mil pesos.
Pasó por frente al local de ropa y se quedó mirando las zapatillas un buen
rato. Parecía un yonki frente a una montaña de heroína. Indeciso. Babeante. Parecía
una trampa. Pero no iba a caer. Todavía tenía algo de lucidez a su favor.
Cambió los órdenes de prioridades. Fue hasta un quiosco, compró una tarjeta
para el teléfono, la cargó y mensajeó a María, explicándole lo más verosímil
posible la situación, invitándola de nuevo, esa misma tarde a su casa, y
pidiéndole perdón. Paso por el chino y compro algo para comer. Luego fue hasta
el depto. de Olga, y le pagó uno de los meses pendientes. Se comprometió a
cancelar toda la deuda el mes entrante, y hasta a adelantarle un mes por las
molestias ocasionadas. “Solo con amenazas funcionan Uds. los pendejos”, le dijo
la vieja y le cerró la puerta en la cara.
A las 17 en punto tocaron la puerta. Era
María. Había traído bizcochitos y mil fotocopias. “¿Te sentís mejor? ¿Hacemos
mate?”. Estudiaron hasta que cayó el sol. María se reía de los comentarios de Juan.
Él se sentía cómodo con la compañía de ella. La invitó a cenar, pero unas
amigas iban a pasar a visitarla por su casa a las 9, así que se tenía que ir.
¿Mañana quizás?
Juan la acompañó hasta la casa. No era
tan lejos, pero tampoco era cerca. A la vuelta pasó por el local de ropa
deportiva. Lo que le pareció extraño era que el lugar no estaba en la ruta de
regreso. ¿Se había desviado inconscientemente hasta ahí? ¿Cómo había llegado?
No importaba. Hacía bastante frio y no había nadie en la calle. Todos los
negocios cerrados. Incluso ese. En la vidriera, la única iluminación bañaba de
luz a las zapatillas, que explotaban en verde. Deliciosas. Inalcanzables.
Perfectas. Se imaginó con ellas corriendo por los bosques de Palermo. Siendo el
objetivo de todas las miradas, de miradas de chicas, de Deborah, que
seguramente también salía a correr. Y ella lo veía a él. Con toda la actitud
encima. Un ganador. Un diferente al resto. Y ella lo invitaría a su casa. Y
harían el amor. Y la cámara tomaría la escena, con la luz de la luna entrando
por las rendijas de la persiana, alumbrándolos entre las sombras. Los dos
cuerpos moviéndose y gozando. Y luego la cámara bajaría y enfocaría en un
primer plano las dos Nikes, en el suelo, emitiendo verde esmeralda: Run and
catch her. Nike Green. Vio un ladrillo en el suelo y pensó en romper el vidrio
y llevárselas. No supo por qué no lo hizo. Se fue a su casa tomó la primer
pastilla y se acostó en la cama.
El despertador sonó 3 horas después. Fue
al baño y meo. Tomó un vaso con agua y sintió el gusto a cobre entre los
dientes. En el celular había un mensaje de María: “Estuvo lindo vernos hoy.
Mañana la seguimos.”. Tomo la otra pastilla y durmió.
El celular sonó a las 10. “¿Cómo viene
todo?”
“¿Quién es?”
“¿Cómo quién es? ¿Ya me olvidaste?”
“¿María?”
“¿Qué María? Jajajaj. ¡Debés ser terrible
vos! Y más ahora que tenés plata… soy tu socia.
Deborah.”
“Hola Deborah. Disculpá, me quedé
dormido. Tomé las dos pastillas anoche.”
“¿Y cómo te sentís?”
“Bien. Un poco cansado.”
“Será porque salís con tantas chicas que
no te acordás los nombres…”
“Ja… no sé bien por qué. Toda la semana
estuve un poco así. ¿No será por las pastillas? ¿No dan somnolencia o algo?”
“No te preocupes por las pastillas que no
te hacen nada malo. Sólo te están dando plata. Estuvimos testeando anoche.
Estas respondiendo bien. Los clientes están conformes. Todo está saliendo
viento en popa. Espero que sigamos así. Adiós.” Y cortó.
Juan bajo a la calle. Fue al chino.
Compró pan, leche, fósforos y un atado de Phillip Morris. Volvió a su casa y
mientras preparaba unos mates, prendió un cigarrillo.
Más tarde llegó María. “No sabía que
fumabas”, le dijo y señalo el cenicero lleno de colillas. “Empecé hoy, creo”.
“Te lo estás tomando bastante enserio. Es un vicio choto, no te metas que
después te va a costar salir.”
Estudiaron toda la tarde. El examen era
unos días, pero venían bien con el temario. En un momento, decidieron de común
acuerdo frenar con tantas fotocopias y tomar unas cervezas. Despabilar un poco
la cabeza. Juan bajó por segunda vez en el día al chino. Compró 3 Quilmes y un
atado más de Phillip, por si las dudas. Antes de entrar al edificio, caminó
unas cuadras hasta el local de ropa. Estaba abierto. Todos los los empleados
estaban ocupados atendiendo clientes. Juan se acercó hacia el par. Lo vio.
Sintió su aroma a nuevo. A éxito. A placer. Las toco, deslizando sus dedos
suavemente entre los cordones, la tela y la goma de la suela. En ningún momento
pensó en los chicos que ensamblan esos productos, muy lejos, lejos de su
idioma, pero que alimentan con su tiempo a ésta cultura de consumo, la
occidental, la que perdió filosofías y dioses, pero que gano miles de adeptos
llamados clientes. “Hola, ¿en qué te puedo ayudar?”, lo sorprendió un empleado
que se había desocupado y que veía en Juan una comisión del 7%. “¿Las… tendrás
en 42 y medio?”, le preguntó casi con culpa. “Esperá que me fijo en el depósito”.
El empleado se fue. Juan dio un paneo del lugar y al ver que nadie lo vigilaba,
metió el par de muestra en las bolsas junto a las cervezas. Miró unos segundos
más otras zapatillas para no quedar en evidencia y se fue.
Llegó a su casa. María tenía cara de
ofuscada.
“Tardaste una banda… ¿el chino no está
acá al lado?”
“Perdoná, tuve que pasar por otro lado,
¿abro una?”
“¿Qué tenés ahí? ¿Zapatillas? ¿en la
bolsa?”.
“Son de un amigo, me debía plata y me las
dio en parte de pago”
“Eso es muy de dealer, che… te llamó una
tal Deborah… no iba a atender, pero sonó varias veces tu celu… que dejaste acá…
y pensé que podías ser vos… que te lo olvidaste… que te paso algo…. Dijo que la
llames cuando puedas. ¿Estás saliendo con una minita?”
“Es la mina del laburo, la que te comenté
el otro día.”
“No me contaste bien, ¿en qué estás
laburando…?”
“Bancá que la llamo, que debe ser algo sobre
eso. ¿Vas abriendo una?”
Juan buscó el número en la tarjeta y
llamó. Nadie atendía. Llamó al doctor. Tuvo la misma suerte. “Los llamo mañana
a primera hora.”, pensó.
Se tomaron las tres cervezas y decidieron
ir a comprar un par más. Antes de salir, Juan se calzó las Nike. Le quedaban
justas, cómodas, perfectas. Cada paso que daba con ellas le generaba un placer
indescriptible. La suavidad del movimiento. El color. Se miró en un espejo
entero, notó como su actitud cambiaba. Su mirada era fuerte. Podía hacer todo
lo que desease. Podía correr más rápido que un tren, o ganar cualquier mujer.
El mundo era suyo. Tenía que apurarse a recuperar el tiempo perdido. Juan, run faster and take the world
in your hands, you deserve it. Nike
Green.
Tomaron tres cervezas más. Juan fumó otro
paquete de cigarrillos, se sentía un poco mareado. Le dolía el pecho. Tosía.
María se quedo un rato callada y él aprovechó para darle un beso. Transaron. La
respiración de María se agitó. Se desvistieron y cogieron. Solo la luz de la
luna entraba por la ventana. A los pies de la cama estaban las Nikes.
Antes de dormir, Juan puso la alarma para
dentro de 3 horas y tomó la primera pastilla. Se abrazaron y durmieron. Antes
de que suene el despertador, Juan se levantó de una pesadilla. Temblaba y no se
acordaba de nada. María se movió, pero siguió durmiendo. Juan fue al baño. Tomó
un vaso con agua. Tomó la segunda pastilla. Se acostó pero no consiguió dormir.
Fue hasta el living y fumó un cigarrillo. Después otro.
Después 4 más. Todos de
corrido. Seguía temblando. En un momento se quedó dormido en el sofá. Se
despertó a las 4 de la tarde. Había una nota de María: Me fui a la facul. La
pasé lindo ayer. Espero que se repita. No te desperté porque te noté cansado.
Te fuiste de la cama por algo? Llamame cuando puedas.
Se pegó una ducha y se cambió. Salió del
depto. con las Nike puestas, ya no sentía el placer del día anterior. Vio el
colectivo que pasaba por enfrente, lo corrió pero no lo alcanzó. Estaba
agitado. Le dolía el pecho como nunca y en la boca tenía el gusto acido de
nuevo. Un gusto fuerte y metálico. Caminó hasta Riobamba. Llegó al edificio
agitado. Transpiraba aunque hacía frio. Las manos le temblaban. El loco ya no
estaba más.
Entró y se anunció. La recepcionista le
dijo que ni el doctor ni la Srta. Deborah habían pasado hoy por sus oficinas, y
que tampoco se habían contactado.
Fue hasta una plaza y se sentó en un
banco. A un lado, unos jubilados hacían gimnasia. Del otro, dos paseadores de
perros charlaban y fumaban faso. Los perros corrían, atados entre ellos por una
misma correa, y no se alejaban. Estaban atrapados en sí mismos, presas de egos
que no entendían. Se quedo dormido. Soñó que corría, muy rápido, pero que la
velocidad no alcanzaba. Corría a Deborah, ella también corría, con unas Nikes
rosas. Al lado de ella corría el doctor. De los bolsillos de su delantal caían
pastillas de colores. Juan se agachaba a recogerlas mientras corría, y las
tomaba, cientos de pastillas. Deborah se daba vuelta de a ratos y lo miraba. Le
sonreía. Después miraba al doctor y lo besaba. Juan se esforzaba para
alcanzarlos, pero no llegaba nunca. Hasta que tuvo que frenar en un quiosco a
comprar unos Phillip Morris Box. La quiosquera era María. Le decía que no tenía
cambio, que tenía que pagar justo. Juan le arrebataba los cigarrillos, se
prendía uno y se sentía mejor. María le
sonreía entre el humo y le decía que lo deseaba. Que el cigarrillo en los dedos
lo volvía sexy. Le pedía que la poseyera sobre el mostrador, a los ojos de
todos. Justo en ese momento pasaba por detrás Deborah, corriendo, le tocaba el
culo. Juan salía corriendo detrás de ella. Cuando pitaba el cigarrillo más
rápido corría. Hasta que de repente sentía que no entraba más aire en sus
pulmones. Frenaba y miraba al suelo. Las Nikes estaban desgastadas, rotas,
descoloridas. No podía caminar, ni respirar. Ni moverse. Fue en ese momento
cuando se despertó y vio como dos nenes lo estaban pungueando con un cuchillo.
Volvió a su casa y llamó de nuevo a
Deborah y al doctor. Nadie contesto. Dejo mensajes de voz y de texto. Esperó.
Quiso pedir algo para comer al delivery de la rotisería pero cayó en la cuenta
de que no tenía más plata. Llamó a María. Tampoco contestaba el teléfono. Cruzó
de casualidad la mirada con el calendario de la pared. El examen era hoy. Luego
se desmayó.
Se despertó a las 11 de la noche. Tenía
varios mensajes de María, pero ninguno de algún representante de Lanimilbus.
Tomó la primera pastilla y se durmió al instante. A las 3 horas volvió a
despertarse. Tomó la segunda pastilla y volvió a la cama. Se despertó con el
sonido del timbre. No preguntó quién era, simplemente bajó y abrió la puerta.
Era el abogado de Lanimilbus.
“Lindas zapas”, le dijo sonriente.
“Necesito que me firmes estos papeles, cuestiones legales, nada raro. Necesito
que me los firmes ya, que me tengo que ir a ver a otro cliente”
“¿Qué dicen?”
“Nada, son reformulaciones del primer
contrato, ahora que se modificaron las dosis. Pura burocracia. Laburo para que
la gente como yo justifique su salario, jajajaj.”
“Deborah no me contesta los llamados.”
“Está en Paraguay con el doctor, viendo
si pueden abrir una sede de Lanimilbus allá. Esto está creciendo rápido. Pronto
vuelve. ¿Cómo te sentís vos?”
“Más o menos. Ayer creo que me desmayé.”
”¿Pero estás tomando las pastillas? ¿Ayer
las tomaste?”
“Sí, sí.”
“Bien pibe. Tranquilo que cada vez va a
ser más fácil. Estás respondiendo bien. Deborah está contenta con vos. Ahora,
firmame esto por favor.”
El abogado guardó los papeles en el
maletín, saludó a Juan, se subió a un auto y se fue.
Sonó el celular y Juan atendió. “¡Boludo!
¿Por qué no me atendés? ¿Por qué no fuiste al examen, si sabías? Perdiste la
cursada.” Cortó y guardó el celular en el bolsillo. Estaba mareado. Tenía
hambre. Caminó sin dirección un rato. Pasó por enfrente al local de ropa
deportiva y el empleado que lo había atendido lo reconoció: “¡Es él, el que se
choreó las Nikes!”, gritó mientras lo señalaba. Lo empezó a correr junto con
otros dos empleados. Juan huyó con las fuerzas que le quedaban, pero en la
esquina chocó contra un tipo de traje y quedó tendido en el suelo. Los
empleados lo alcanzaron. “¡Hijo de puta! ¡Me lo descontaron del sueldo!”. Y lo
pateaban entre todos, al cuerpo de Juan, y, si aún le quedaba algo de alma, a
ella. Quedó sangrando en el piso un rato hasta que alguien llamó al SAME. Se lo
llevaron en una ambulancia, descalzo.
“¿Qué te andas mandando? ¿Qué te andas
metiendo pibe? Estas hecho mierda…”, le decía el doctor mientras le revisaba
las pupilas. Juan sacó del bolsillo las pastillas y se las dio. El médico las
vio por un momento y las apoyó en el escritorio. Después Juan sintió un
pinchazo, y sangre irse de su cuerpo. “Tomá nene, con este vale pedí un café
con leche en la cafetería. Primero igual completame estos papeles con tus
datos. Nosotros te llamamos cuando estén los resultados. Y no te metas más
porquerías en el cuerpo.” Juan llenó el papel, agarró las pastillas y se fue.
El café le trajo vida al cuerpo. Se acordó de María y quiso llamarla, pero el
celular estaba roto, seguramente victima de la golpiza. No tenía zapatillas y
el piso estaba frio. Salió del hospital. Tardó un rato en ubicarse. El día
estaba nublado. Probablemente serían las 7 u 8 de la tarde. Caminó pinchándose
con todo lo que estaba regado en el suelo. Pensó que la ciudad estaba muy sucia
y prometió nunca más tirar colillas al piso. Pasó por un quiosco y con las
monedas que le quedaban compro cigarrillos. Fumó como si fuese el último día de
su vida. Con violencia y desesperación, hasta que le agarró un ataque de tos y
tuvo que frenar. Llegó hasta Palermo. Se metió en los bosques y vio a la gente
correr. A la distancia, un joven adulto, de pelo corto y prolijo corría mirando
su reloj. Tenía las Nike Green, esas mismas que le habían arrebatado hace un
rato. Esas mismas que necesitaba para vivir. Que le daban sentido a su horrenda
existencia vulgar. Cuando el corredor pasó frente a él, Juan le metió una
patada que lo hizo trastabillar y caer de cara al suelo. “¡Quedate quieto o te
cago a trompadas! ¡Dame las zapatillas o te boleteo!”, le gritó mientras le
desabrochaba los cordones. Se las puso, le quedaban justas. Y el calor de la
transpiración ajena le vino bien para contrarrestar el frio acumulado en el
día. Salió corriendo y se trepó a un árbol. Vio al tipo pasar debajo,
buscándolo, descalzo. Se acomodó en la seguridad de la copa que formaban las
hojas y las ramas, esperando a que la noche apareciese y lo cobijara en su
sombra.
A la hora bajo y caminó hasta su casa.
Iba mirando hacia todos lados, y no escuchó los piropos de las travestis. Cuando
estaba llegando a su casa notó que María lo esperaba en la puerta. Miraba el
reloj y suspiraba. Esperó en la esquina hasta que se fuera. Luego entró. Eran
las 10 de la noche. Tomo la primera pastilla e intento dormir, pero no pudo. Al
rato comenzó a soñar, aunque seguía despierto. Las imágenes se interponían.
Veía la TV, pero el chico de las Nike, aparecía fuera del aparato. Se pellizcó
y sintió el dolor. Así estuvo las 3 horas. Tomó la segunda. Las imágenes se
volvían más nítidas. El chico de las Nikes ahora fumaba, entraba y salía del
televisor todo el tiempo. Corría por toda la habitación. Se frenaba frente a
Juan y le fumaba en la cara. Después abría la puerta Deborah, abrazada al
doctor y al abogado. Se sentaban al lado de Juan y se reían de él. El chico de
la publicidad se paraba frente a Deborah y la besaba. Después la levantaba y se
la llevaba al dormitorio. Juan escuchaba los gemidos de placer de ambos. Mientras,
el doctor y el abogado reían y fumaban. Los dos tenían Nikes.
Se despertó y fue hasta Lanimilbus. Pidió
hablar urgentemente con Deborah, pero la recepcionista le confirmó, molesta, de
que la Srta. no estaba y que no volvería hasta la semana siguiente. Juan empezó
a gritar. A golpear el mostrador. A amenazar. Apareció el guardia de seguridad
e intentó detenerlo. Juan lo golpeó y lo tiró al suelo. De una patada abrió la
oficina al lado de la recepción. Dentro estaban el abogado, Deborah, el médico
de la empresa, el médico de la guardia, María, el gordo, el anunciante de Nike,
y un tipo más. “Sentate ahí”, le dijo el abogado, serio. Juan se sentó en la
misma silla que hacía una semana había ocupado. “¿Qué mierda me pasa? ¿Qué me
dieron? ¿Por qué todos tienen Nikes? ¿Por qué todos fuman? ¡No soporto el humo!
¡Todo este humo en esta habitación!”. El guardia entró corriendo. “Deja Javier,
nosotros nos ocupamos de este pibe. Cualquier cosa te llamamos”, dijo el gordo.
“Chiquito, que débil resultaste”, dijo
Deborah mirándolo con compasión.
“Por favor… cúrenme…”
“¿Tenés la plata que te dimos?”, preguntó
el gordo.
Juan negó con la cabeza. Sudaba.
Temblaba. Lloraba.
“Entonces no podemos hacer nada por vos.
Vamos a rescindir el contrato. No cumpliste con nosotros.”
“¿¿Cómo que no?? ¡Tome toda esa mierda
que me dieron!”
“Acá el doctor que te atendió ayer dice
otra cosa. Los exámenes dieron cocaína en sangre. Nos mentiste. Gracias doctor.
Disculpe las molestias que le ocasionó este tipo. Nosotros nos ocupamos desde
acá. Cobre el dinero en la recepción. Recuerde que esto es confidencial por
favor.”
El doctor se fue mirando secamente a
Juan.
“¿Qué cocaína? ¡Si yo no tomo cocaína!”
“Estás teniendo un brote psicótico. Te
aconsejo que te calmes, respira profundo, ¿querés un cigarrillo?”
El tipo que Juan no conocía se acercó
hasta él y le ofreció un Phillip Morris. Juan lo encendió. Se sentía más
tranquilo. “¿Qué haces vos acá?”, le preguntó a María.
“No me contestaste más, fui a tu casa. No
apareciste. Ellos me explicaron todo. Me contaron sobre tu adicción. Juan, ¿por
qué no me contaste nada? Yo te podía ayudar… mi hermano pasó por algo parecido
pero se curó. ¡Hasta tenés una denuncia por robo! Sos un adicto. Sos un chorro…
nunca me hubiese imaginado que…”, y María lloró.
El gordo la abrazó y le dijo “ya,ya” para
tranquilizarla. “Para que tu amigo esté bien,
acordate que necesitamos que testifiques. Sino no lo podemos derivar.”
Ella movía la cabeza diciendo que sí.
“¿Testificar qué? ¿Qué vas a
testificar?”. Juan se paró e intentó caminar hacia el grupo, pero el mareo
volvió, más fuerte que nunca a su cabeza, y tuvo que sentarse.
“Como bien sabes pibe, esta es una
clínica de rehabilitación. Como también sabes, intentamos ayudarte pero si vos
no pones voluntad… flaco… las cosas no salen. Ahora te vamos a mandar a una
granja donde esperamos que tengan más éxito que el que tuvimos nosotros. Todo
sea por tu bien.”, dijo el gordo. El abogado se llevó a María de la oficina. Al
salir cerró la puerta.
“Bueno, vamos a lo que nos compete,
doctor…”
“La droga surtió el efecto que
esperábamos. Generó el estímulo y creó la dependencia en el sistema. El deseo
se materializó. Bien lo puede notar. Este chico no fumaba.”, le comentó el
doctor al desconocido que le dio el cigarrillo a Juan. “A ver pibe, ¿cuánto
fumaste estos días?”.
“No se…”
“¿Más o menos?”
“Cinco… seis atados”.
“Perfecto”, dijo sonriente el
desconocido.
“Por eso le decía. La droga, en ese
aspecto, funciona perfectamente. Todavía tenemos que hacer más pruebas. Lograr
que se estabilice en el cuerpo, de una forma armónica. Que se acomode con los
hábitos del sujeto que la tome y que no trascienda de forma violenta al estado
consciente, sino… que sea una leve pero contundente sensación. Quizás si le
sacamos el cloruro de cobre…”
“Me parece bien. Vamos a seguir apoyando
el proyecto. ¿En cuánto tiempo cree que podrán corregirlo”
“Creo que probando en tres sujetos más ya
va a estar casi cerrado”.
“Mire que ya van como diez ya. Mucho más
no lo vamos a poder dilatar. Me están pidiendo resultados firmes desde arriba.
Intente que sean dos.”
“Lo sabemos, los otros anunciantes
también quieren que esto esté cuanto antes. Pero no podemos forzar mucho.
Necesitamos experimentar un poco más. Mire como quedo este pibe… no podemos
salir con esto “legalmente”, Ud. me entiende. Además, quedaríamos todos
pegados. Y ya hay mucho dinero invertido. Sería una lástima echar todo a perder
en esta fase…”
“Más vale… bueno, espero su llamado
entonces. Saludos”. Y el desconocido se fue de la oficina.
“¿Qué están haciendo conmigo? ¿Deborah…?”
“Mira chiquito… el contrato se cancela.
Realmente creímos que vos podrías funcionar bien. No sé qué pasó. Pero así no
nos servís. No te preocupes. No vamos a levantarte cargos. Vamos a sacarte esa
denuncia que tenés por hurto para que nadie te joda. Pero no pases más por acá,
porque no vas a conseguir nada. Gracias y suerte. Javier, vení por favor y
llevate al muchacho que ya terminamos.”
El guardia levanto a Juan y lo cargó
hasta la entrada. Una vez que cruzaron la puerta del edificio lo tiró al suelo.
“Rajá de acá pibe. Y agradecé que no te cago a trompadas.”
Juan se quedó tirado al lado de la
puerta. Ni siquiera quiso volver a entrar. Temblaba. Vio como un joven se
acercaba y chequeaba la dirección del establecimiento con la de un volante que
traía en la mano.
El joven entró y se anunció: Pedro
Gutiérrez. La recepcionista le pidió que aguarde unos minutos. Que lo iban a
llamar.
“Bueno chicos, métanle pata con esto así
cerramos los contratos de una vez. Quilmes también quiere entrar antes de que
se entere Heineken. Están ansiosos, y necesitamos lucrar con eso.”, dijo el
gordo y se fue de la oficina.
“¿Tres?... ¿Vos crees que con tres ya
vamos a estar? ¿Con cuántos más vamos a probar? Los estamos haciendo mierda.”,
le dijo Deborah al médico.
“Nosotros no
los obligamos a venir. El mundo de mierda de ahí afuera es el que los trae.
Vamos a probar con todos los que necesitemos, con todos los que sean necesarios
hasta alcanzar lo que queremos… lo que ellos
quieren. Te recuerdo que no somos una ong, el altruismo déjaselo a las
iglesias. Y tampoco te preocupes tanto por estos,
que los que vienen…, los que realmente van a entrar al juego, van a terminar
peor. Además, acordate por qué estamos acá. ¿Vos no querías hacer carrera? ¿No
querés que tu nombre aparezca en todos lados? te haces la santa… recién ahora te dan lastima estos pibes… hace
un año no te importaba nada. Hay que ensuciarse un poco nena. Hay que meter las
manos en la mierda a veces para sacar el oro. Y yo no quiero una moneda, quiero
el cofre lleno. Y sé que vos también. La moral… ¿para qué estudiaste marketing?”
Deborah acarició su panza. Hacía horas se
había enterado de que estaba embarazada. No sabía de quien, si del gordo, del
médico, del anterior “empleado” o del abogado. De todas formas, eso no le
preocupaba en ese momento. Su miedo
residía en la ambición; la suya y la de los que la rodeaban. Su miedo estaba en
el futuro, y en su injerencia. Su miedo era el de estar equivocada. Y de que
fuese demasiado tarde. E inevitable.
Diego
Schnabel 1/04/2013